domingo, 16 de septiembre de 2012

La escuela en tiempos de dispersión

 Revista Ñ - online


  • IDEAS
  • 04/09/12

La educación hiperconectada

La antropóloga Paula Sibilia analiza una metamorfosis cultural: ¿es obsoleta la escuela en la era de Wikipedia?

POR FERNANDO PEIRONE


La educación hiperconectada



Convivimos con formas de subjetivación y maneras de actuar en el mundo que distan de ser comprendidas, más aún de ser gobernadas y asimiladas institucionalmente. La escuela, sin ir más lejos, recibió su rol en un mundo que se concebía real, sólido, seguro, profundo, perdurable, nacional y controlado; pero hoy forma parte de un contexto virtual, discontinuo, ambiguo, frágil, viral, líquido, evanescente, global y huidizo. ¿Cómo afronta la escuela esa metamorfosis cultural? ¿Se ha vuelto –como sostienen algunos– obsoleta y gradualmente incompatible con los cuerpos y subjetividades de la época?

Estas son las preguntas con que Paula Sibilia da inicio al ensayo ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión. Sin remilgos, la prestigiosa antropóloga argentina, actualmente radicada en Brasil, enfrenta una de las derivas más ostensibles de la época, interpelando tanto el sentido de la institución escolar –en sus distintos niveles– como el de sus métodos pedagógicos.

En el planteo de Sibilia, claro, late una duda mayor: ¿está la escuela en condiciones de revisar la matriz de sus prácticas inerciales y acompañar la nueva configuración social en tránsito resignificando su rol y su quehacer? La duda se sostiene en la tensión de dos inclinaciones que acompañan a la escuela desde siempre. La de integrar el lote de “instituciones de encierro” que llevó adelante la inmensa cruzada disciplinante de la modernidad; y la de –aquellos que, habitándola, intentan– favorecer pedagogías orientadas a la emancipación y el pensamiento crítico.

Ya en La educación alterada. Aproximaciones de la escuela del siglo XXI, un trabajo colectivo de 2010, Sibilia revisaba En ¿Redes o paredes?, en cambio, reconstruye el derrotero de la institución escolar como partícipe necesario de un proceso más amplio, en el que sucesivamente se concibió al alumno como ciudadano, cliente, mercancía y consumidor, para después abundar en sus desagregaciones: el bullying (violencia escolar), las deserciones, el aburrimiento y los reality shows de nuestros días.

Lo hace sabiendo que la educación tal vez sea el campo disciplinar más permeable para desplegar una discusión epocal. Su sensibilidad y su inquietud hicieron que fuera el ámbito donde más tempranamente se haya percibido la magnitud de los cambios que transitamos y donde más interés se ha demostrado para entenderlo y abordarlo, incluso más que territorios especialmente afectados, como el de los medios gráficos y la industria cultural, que aún no han logrado desarrollar modelos de negocios alternativos y satisfactorios.

Este es el punto de apoyo de ¿Redes o paredes?, pero también –hay que decirlo– de fenómenos virales como el de La educación prohibida, la película del joven German Doin, que muestra la escuela como una perpetua picadora de carne infantil y pondera dudosas pedagogías alternativas ( anche privadas), sin discriminar el rol democratizador de la cultura que tiene la escuela pública en un mundo desigual, y sin siquiera plantearse –como Sibilia– el desfasaje respecto de un entorno epocal que demanda un evidente aggiornamiento.

Hace ya cuatro décadas, dice Sibilia, que la disciplina y la ética puritana entraron en jaque y dejaron de ser las grandes fuerzas impulsoras del capitalismo, empujando a la escuela progresivamente hacia la crisis que transita actualmente. Hoy, la sociedad que tomaba a la cárcel como modelo de referencia para el resto de las instituciones, sin desaparecer, ha mudado hacia una sociedad informatizada a escala global y hacia Internet, como una suerte de institución multifacética y modélica que infiltra las paredes de la escuela sin necesidad de derribarlas físicamente. Pero la apertura hacia los nuevos dispositivos digitales que alientan los gobiernos de diversos países, advierte Sibilia, no implica un horizonte matemático: la conexión disuelve el espacio aula-pupitre-pizarrón, pero también diluye el tiempo que gravitaba sobre la subjetivación para la planificación personal. Es decir, si el espacio y el tiempo se vuelven caóticos, es menester desplegar estrategias activas para intervenir en busca de cohesión y pensamiento.

“Nadie sabe qué va a pasar cuando el dispositivo pedagógico y las redes informáticas –dos universos otrora incompatibles– se terminen de fusionar o entren en colapso”, remata la autora de El hombre post-orgánico y La intimidad como espectáculo. En este sentido, el libro es un saludable debate sobre el futuro de una de las instituciones más estables de la modernidad, ya que si bien la escuela, debido a su encierro y su rigor, logró sortear los muchos vaivenes del mundo exterior, hoy enfrenta un gran desafío frente la hiperconexión y prácticas que rehúyen la vigilancia, trascienden los muros y alientan la dispersión.
Resta saber si esta aventura contemporánea en la que desplegamos nuestras biografías, pero sobre todo en la que se proyecta la de nuestros hijos, es una instancia de emancipación o una afirmación de los mecanismos de control. Resta, pues, saber si la escuela podrá asociar sus prácticas pedagógicas a experiencias colaborativas, como las de Wikipedia. Es decir, a la conformación de un esquema institucional más acorde con las nuevas subjetivaciones y las nuevas maneras de actuar en el mundo que mencionábamos al principio. O si podrá más su matriz moderna, desalentando –una vez más– la emergencia y la consolidación de un nuevo concepto de lo político.

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