domingo, 9 de septiembre de 2012

La moral de la risa

Nota publicada en Ñ 31/8/2012
Autor Andrés Barba
Lo que me interesa. La idea que trae del filósofo Henri Bergson y filósofo alemán Peter Sloterdijk sobre la risa. Se relaciona con categoria que trabajamos del humor,  la clase divertida, la clase aburrida.

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La moral de la risa

Transcribo párrafos de la nota.

Todo esto para llegar a un punto al que Henri Bergson (uno de los filósofos que más acertadamente han pensado la risa y del que ahora Godot reedita su Ensayo sobre el significado de la comicidad , con una nueva traducción de Rafael Blanco) llegó en sus primeros análisis; que la risa es un fenómeno que se articula esencialmente a través de la inteligencia: “En un mundo de inteligencias puras en el que hubiese sido aniquilado el sentimiento, tal vez no se llorase más, pero desde luego se reiría”.
Un hombre sobre el que se triunfa mediante la risa es, inevitablemente bajo los presupuestos de Hobbes, un hombre al que se degrada. La polis como estructura detecta de inmediato este poder subversivo y degradante de la risa y la delimita para salvaguardar aquello que considera que no debe ser degradado en aras a la solidez de las instituciones, o de lo sagrado, en las que se funda. Tal vez no haya signo más claro de la conciencia autoritaria de una nación (o de una religión) que esta denegación de la risa con respecto a ciertos objetos o bajo ciertos presupuestos.

Fue muy curioso, por ejemplo, en el zarandeado caso de la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera 1997 La vida es bella de Roberto Benigni, la forma en la que ciertas comunidades judías se levantaron en contra por la manera non sancta o frívola al menos con que se trataba el tema del Holocausto, tan extraño como que el único Premio Nobel superviviente del exterminio (Imre Kertesz) defendiera la película a capa y espada frente al aparentemente más respetuoso melodrama de Spielberg La lista de Schlinder a la que calificó, directamente, de “repugnante”.

No hay risa sin moral, porque reír tal vez sea uno de los gestos más morales, elocuentes y difíciles de falsear que puede hacer el hombre. La risa es, en ese sentido, un acontecimiento colectivo, y la comedia burguesa (y todas sus variaciones, desde Mucho ruido y pocas nueces hasta nuestras adoradas películas de Woody Allen, que no son más que la enésima versión del género) se construye precisamente sobre personajes que se han alejado de las convenciones sociales y que reciben un castigo que produce un “efecto correctivo”, o sobre un personaje ridículo que posee nuestras obsesiones, angustias y frustraciones pero en un grado desmesurado y risible. Woody Allen, en su pequeño receptáculo humano es siempre contenedor de angustias existenciales sobredimensionadas, fobias de todo tipo, apetitos sexuales incansables, porque sabe, como dijo Chaplin, que “si fuera 20 cm más alto le costaría mucho más trabajo hacer reír”



Capusotto pertenece en ese sentido al linaje de humoristas cuyo padre podría ser Lenny Bruce. La línea de lo risible la marca de alguna manera el humorista pero en una avanzadilla en la que lentamente va acorralando al que ríe. A ratos parece que todo el juego del humorista es el de cruzar la línea de evaporación en la que termina la risa y comienza la indignación, es decir, donde acaba la inteligencia y comienza el sentimiento. “Sentimiento” es aquí un término particularmente clave. En uno de los ensayos más reveladores y determinantes de nuestra era La crítica a la razón cínica , el filósofo alemán Peter Sloterdijk hace como de pasada un diagnóstico que sin duda es definitivo a la hora de tratar el tema del humor en el siglo XX: “Uno de los más activos generadores de conflictos y malentendidos de nuestra época es el de contestar a un razonamiento con un sentimiento”, es decir, oponer, en igualdad de condiciones y durante un debate, un sentimiento a una idea. “Si un interlocutor expone una idea y su oponente le contesta con un sentimiento estamos condenados a no entendernos” y es terrorífico comprobar la innumerable cantidad de ocasiones en las que esto se produce. Sin ir más lejos, y retomando el punto del que surgía este pequeño artículo, en el tema del humor. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se produjo una triple hecatombe en la que Occidente dejó de confiar en los tres pilares en los que había fundado su civilización, a saber: la razón, la religión y la democracia.

La desconfianza del humor no es más que una manifestación de la desconfianza en la razón y es que, como muy bien supo ver Bergson, la risa se despliega esencialmente sobre la confianza en las ideas. A nuestra amiga que salía indignada de la película de Sacha Baron Cohen tal vez habría que decirle algo que no parece tan claro: que el hecho de que alguien utilice la democracia como motivo central de un chiste no inhabilita en absoluto la posibilidad de la democracia. Parece claro y no lo es tanto: esa desconfianza generalizada en la razón, las ideas y en la posibilidad de un verdadero intercambio ha generado este estado internacional en el que el humor está siendo cada vez más peligrosamente puesto en tela de juicio. El miedo a reír se extiende como una nueva e insospechada plaga bíblica sobre la Tierra porque parece imposible un chiste que no se haga aparentemente a costa de alguien. La sensación de que hemos perdido nuestra dignidad hace que nos levantemos en armas furibundamente cada vez que alguien parece ponerla en tela de juicio con un chiste. Pone de manifiesto en realidad lo que sospechamos y no queremos confirmar; que la hemos perdido y que no queremos reconocerlo. Si tan seguros estuviésemos de nuestra dignidad no sentiríamos que un chiste la pone en compromiso.

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